
Nada desconcierta más a los niños que la ausencia de normas. A veces vemos en sus caras expectantes que están esperando que nosotros los adultos actuemos para poner cierto orden en sus vidas. Muchas veces podrán y deberán atravesar la experiencia de descubrir lo que es mejor, peor o más justo -dependerá de la edad, de la situación...-, pero en otras ocasiones los estaremos poniendo ante una realidad que los sobrepasa, para la cual aún no han generado recursos propios.
Es necesario poner límites, normas básicas, reglas claramente definidas, que nos ayuden a todos a alcanzar y desarrollar recursos para crecer como personas, convivir como seres humanos.
Si aprendemos a observar a los niños, éstos indican claramente lo que necesitan, pero también es cierto que captan rápidamente nuestros estados y emociones, y pocas cosas lo perturban como ver a un adulto inseguro; en esos casos nos ponen a prueba hasta el extremo.
Muchos profesionales con la mejor intención afrontan su delicada tarea con mucha teoría en sus espaldas, pero basada en criterios poco realistas. Es importante hacer una cura de humildad y redescubrir qué necesita el niño de hoy, qué nos pide, para qué debemos prepararlo, qué recursos debe adquirir, qué destrezas fomentar, qué competencias desarrollar..., qué inteligencia emocional necesita para enfrentarse a una vida llena de desafíos, de posibilidades, pero también de presiones, donde la amistad y el compañerismo con frecuencia dejan paso a otras situaciones.
Los niños necesitan límites, pautas, normas, no para anularlos, sino todo lo contrario desde el convencimiento de que gracias a ello el niño de hoy podrá ser un adulto auténticamente libre en ese mañana que lo espera.
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