Mostrando las entradas con la etiqueta PADRES QUE PEGAN. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta PADRES QUE PEGAN. Mostrar todas las entradas

VIDA COTIDIANA: el 13 % de los alumnos de la Capital fueron golpeados por sus padres. PEGARLES a los CHICOS es un MAL HÁBITO extendido en la Argentina




Frases. Palabras de chicos de distintos países que denuncian, sin intención y con la honestidad frontal de los primeros años, un problema que afecta a la mayoría de los chicos y adolescentes del globo: la naturalización del castigo físico y emocional durante la crianza, justificado como medida disciplinaria por padres y educadores en la mayoría de los casos y, aunque en distintos grados, todavía tolerado por las leyes en el 90% de las naciones del mundo, Argentina incluída.

Un chirlo. Un cachetazo. Un zamarreo. Un tirón de pelo. Una patada. Una paliza. Un golpe con el zapato... O con el cinto. De un chirlo a un cintazo hay, sin duda, un abismo de diferencia, pero el parentezco es inevitable: son expresiones de violencia, maneras de agredir físicamente a alguien que un adulto razonable y civilizado jamás usaría contra otro adulto, pero que, sin embargo, muchísimos "grandes" utilizan para ¿educar? a sus hijos.

Es difícil encontrar, en el país, datos que dimensionen esta problemática, que en general ocurre a la sombra de la intimidad familiar. Pero algunos estudios y organizaciones empiezan a alumbrar el tema. Es el caso de un flamante informe del Programa de Investigación en Infancia Maltratada de la Facultad de Filosofía de la UBA: "Hicimos un estudio en la Capital y arrojó que el 13% de los chicos sufre maltrato físico en su hogar. Habíamos hecho un relevamiento similar hace diez años y encontramos que los casos crecieron un 36%, cifra que trepa al 110% si analizamos sólo el nivel inicial", advierte Inés Bringiotti, a cargo del Programa.

Maestros de 64 escuelas estatales (entre primarios, jardines y especiales), a cargo de un total de 42.000 alumnos de entre 1 y 5 años, informaron a los investigadores sobre las situaciones de maltrato que observaban en sus aulas. "Detectamos 1.590 chicos con signos de maltrato (el 66%, varones). Y nos llamó mucho la atención el abandono emocional (19%) y físico (24%) por parte de la familia: no hablamos de casos con urgencias socio-económicas sino de familias que no atienden al chico por negligencia, porque no tienen incorporado el cuidado", aclara Bringiotti, que en un trabajo anterior entre chicos de hasta 15 años de Capital y GBA había encontrado que el maltrato alcanzaba al 18% de la muestra.

Otro estudio realizado en el 2000 entre universitarios de Capital y de Córdoba arrojó que el 45% de los estudiantes de Buenos Aires y el 65% de los cordobeses reconocían haber recibido castigos físicos en la infancia. "Pegarles a los chicos es un hábito extendido. Hasta la legislación permite un castigo correctivo leve, porque supone que el chico nació torcido y hay que enderezarlo. Es una barbaridad. El niño tiene que tener un límite y una sanción, pero el vehículo para establecer el límite debe ser la palabra. Pegar es criar en una modalidad represiva que supone la aceptación del golpe", dice el doctor Norberto Garrote, jefe de la Unidad de Violencia y Maltrato Infantil del Hospital Elizalde.

Datos valiosos sobre esta problemática aporta la ONG Save The Children. "Nosotros distinguimos entre castigo, maltrato y abuso. Llamamos castigo a la agresión que tiene el fin de educar, poner límite, corregir conductas; y maltrato y abuso cuando la intención es agredir, golpear, lastimar. Pero aún cuando reconocemos esta distinción, consideramos que el castigo es una forma de violencia", sentencia Lucía Losoviz, representante argentina de la organización.

"No creemos que sea un problema exclusivamente doméstico sino una violación a los derechos del niño y nos preocupa que esté tan arraigado en la sociedad. Es tan normal que ni siquiera se lo percibe como violencia", sigue Losoviz, quien fundamenta su diagnóstico en la información recogida en los talleres que realizó Save The Children en el país en 2003 y 2004. "Todos los que asistieron (adultos, de nivel educativo medio alto) dijeron haber sido castigados físicamente y lo recordaban como algo doloroso, disparador de emociones como rabia, impotencia y humillación".

El mensaje más fuerte que el castigo físico imprime en un niño es que la violencia es un comportamiento aceptable y que está bien que alguien use su fuerza para someter al más débil. "Creemos que no es un instrumento legítimo de autoridad y lo consideramos un abuso de poder —subraya Losoviz—. No es casual que a los 13 años les dejen de pegar, porque a esa edad les pueden devolver el golpe y buscan otras maneras de resolver los problemas".

El debate sobre si el castigo físico debe ser considerado una violación a los derechos del niño, o un problema doméstico, está instalado en los organismos internacionales. "Los gobiernos deberían prohibir toda forma de violencia en la crianza de los niños. Nadie debería sugerir que un cierto grado de violencia es aceptable", sostiene Jaap Doek, presidente del Comité de los Derechos del Niño de la ONU.

La pregunta se impone: ¿por qué la violencia es condenada en el mundo adulto pero sigue siendo aceptada como medio disciplinador en la caso de los niños?

CÓMO ES EL MARCO LEGAL

En todo el mundo, son menos de veinte los países que prohibieron cualquier forma de castigo infantil: Suecia fue pionero, seguido por Finlandia, Dinamarca, Noruega, Austria y Chipre.

En la Argentina, el castigo corporal es legal en el ámbito familiar conforme a la legislación nacional. El Código Civil establece la facultad de los padres de corregir o hacer corregir moderadamente la conducta de sus hijos menores y adjudica a los jueces la facultad y el deber de "resguardar a los niños de las correcciones excesivas". De todos modos, los niños no tienen facultad para denunciar maltrato o castigos físicos (debe hacerlo un mayor). Y no son considerados sujetos plenos de derecho: no pueden proteger sus derechos por sí mismos sino que dependen de los adultos.

La nueva ley de Protección Integral de los Derechos del Niño, que supone un importante avance, tampoco prohíbe el castigo físico.

Los estudios realizados en el país y en el mundo sobre castigo físico y abuso, arrojan que los niños y adolescentes discapacitados son los más vulnerables y las principales víctimas de la agresión física.

"EDUCA NO PEGUES": Recomendaciones para padres


La preocupación por el castigo físico escala posiciones en las agendas de los organismos internacionales. La ONG Save The Children lanzó la campaña "Educa, no pegues", que aporta algunas sugerencias sobre qué hacer en lugar de pegar.

"El objetivo es erradicar el castigo físico en la crianza y difundir alternativas que promuevan herramientas más eficaces y menos dañinas para poner límites a los niños. El castigo físico daña su autoestima, lo humilla y lo entristece. Hay formas positivas de educar, corregir y disciplinar a los chicos que son más beneficiosas para su desarrollo", comenta Lucía Losoviz, representante de la ONG en la Argentina.

Entre las sugerencias, la campaña propone: estimular las buenas conductas a través de recompensas (que pueden ser afectivas y no exclusivamente materiales), recurrir a otras formas de castigo sin violencia (enviarlos al cuarto, dejarlo sin ver a los amigos o sin salida, prohibirles la televisión, la computadora o algo que les guste, darles tareas extras o tareas hogareñas, dejarlos sin recreo), mostrarles a través del diálogo que están equivocados (ver:
http://www.acabarcastigo.org/).

Generación tras generación se ha dicho que un chirlo o un coscorrón a tiempo evita la malcrianza, pero ese mito se estrella contra las recomendaciones. Cuando los padres advierten que los hijos no internalizan las reglas y límites, irrumpe en ellos un sentimiento de impotencia e intolerancia que creen aliviar violentándose. Pero el golpe sobre el cuerpo de un hijo no refleja más que la frustración del adulto frente al niño que no reconoce en él una palabra de autoridad, una situación que es responsabilidad exclusiva del adulto. El golpe sobre el cuerpo frágil de un chico no es más que el abuso de poder que ejercen los padres que no logran hacer de su palabra algo eficaz.

Una de las consecuencias más graves del castigo físico es que legitimiza la violencia como una pauta adecuada de autoridad. Un adulto que pega es alguien que fracasa en su posibilidad de anticipar, limitar y simbolizar. Los adultos tenemos la responsabilidad de ejercer la autoridad y de ponerles límites a los niños porque es un modo de cuidarlos, pero el que maltrata no sólo no cuida a los hijos sino que los deja más expuestos. Y se desautoriza en el mismo acto de pegar.


Los adultos no somos claros en los mensajes que transmitimos a los niños: un día aceptamos ciertas cuestiones que otro día, cuando estamos más cansados, nos resultan intolerables. Eso genera mensajes contradictorios. Aumentar los espacios de diálogo es una manera de reducir la violencia.