La preocupación por el castigo físico escala posiciones en las agendas de los organismos internacionales. La ONG Save The Children lanzó la campaña "Educa, no pegues", que aporta algunas sugerencias sobre qué hacer en lugar de pegar.
"El objetivo es erradicar el castigo físico en la crianza y difundir alternativas que promuevan herramientas más eficaces y menos dañinas para poner límites a los niños. El castigo físico daña su autoestima, lo humilla y lo entristece. Hay formas positivas de educar, corregir y disciplinar a los chicos que son más beneficiosas para su desarrollo", comenta Lucía Losoviz, representante de la ONG en la Argentina.
Entre las sugerencias, la campaña propone: estimular las buenas conductas a través de recompensas (que pueden ser afectivas y no exclusivamente materiales), recurrir a otras formas de castigo sin violencia (enviarlos al cuarto, dejarlo sin ver a los amigos o sin salida, prohibirles la televisión, la computadora o algo que les guste, darles tareas extras o tareas hogareñas, dejarlos sin recreo), mostrarles a través del diálogo que están equivocados (ver: http://www.acabarcastigo.org/).
Generación tras generación se ha dicho que un chirlo o un coscorrón a tiempo evita la malcrianza, pero ese mito se estrella contra las recomendaciones. Cuando los padres advierten que los hijos no internalizan las reglas y límites, irrumpe en ellos un sentimiento de impotencia e intolerancia que creen aliviar violentándose. Pero el golpe sobre el cuerpo de un hijo no refleja más que la frustración del adulto frente al niño que no reconoce en él una palabra de autoridad, una situación que es responsabilidad exclusiva del adulto. El golpe sobre el cuerpo frágil de un chico no es más que el abuso de poder que ejercen los padres que no logran hacer de su palabra algo eficaz.
Una de las consecuencias más graves del castigo físico es que legitimiza la violencia como una pauta adecuada de autoridad. Un adulto que pega es alguien que fracasa en su posibilidad de anticipar, limitar y simbolizar. Los adultos tenemos la responsabilidad de ejercer la autoridad y de ponerles límites a los niños porque es un modo de cuidarlos, pero el que maltrata no sólo no cuida a los hijos sino que los deja más expuestos. Y se desautoriza en el mismo acto de pegar.
"El objetivo es erradicar el castigo físico en la crianza y difundir alternativas que promuevan herramientas más eficaces y menos dañinas para poner límites a los niños. El castigo físico daña su autoestima, lo humilla y lo entristece. Hay formas positivas de educar, corregir y disciplinar a los chicos que son más beneficiosas para su desarrollo", comenta Lucía Losoviz, representante de la ONG en la Argentina.
Entre las sugerencias, la campaña propone: estimular las buenas conductas a través de recompensas (que pueden ser afectivas y no exclusivamente materiales), recurrir a otras formas de castigo sin violencia (enviarlos al cuarto, dejarlo sin ver a los amigos o sin salida, prohibirles la televisión, la computadora o algo que les guste, darles tareas extras o tareas hogareñas, dejarlos sin recreo), mostrarles a través del diálogo que están equivocados (ver: http://www.acabarcastigo.org/).
Generación tras generación se ha dicho que un chirlo o un coscorrón a tiempo evita la malcrianza, pero ese mito se estrella contra las recomendaciones. Cuando los padres advierten que los hijos no internalizan las reglas y límites, irrumpe en ellos un sentimiento de impotencia e intolerancia que creen aliviar violentándose. Pero el golpe sobre el cuerpo de un hijo no refleja más que la frustración del adulto frente al niño que no reconoce en él una palabra de autoridad, una situación que es responsabilidad exclusiva del adulto. El golpe sobre el cuerpo frágil de un chico no es más que el abuso de poder que ejercen los padres que no logran hacer de su palabra algo eficaz.
Una de las consecuencias más graves del castigo físico es que legitimiza la violencia como una pauta adecuada de autoridad. Un adulto que pega es alguien que fracasa en su posibilidad de anticipar, limitar y simbolizar. Los adultos tenemos la responsabilidad de ejercer la autoridad y de ponerles límites a los niños porque es un modo de cuidarlos, pero el que maltrata no sólo no cuida a los hijos sino que los deja más expuestos. Y se desautoriza en el mismo acto de pegar.
Los adultos no somos claros en los mensajes que transmitimos a los niños: un día aceptamos ciertas cuestiones que otro día, cuando estamos más cansados, nos resultan intolerables. Eso genera mensajes contradictorios. Aumentar los espacios de diálogo es una manera de reducir la violencia.
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